La crisis actual provocada por la pandemia del Coronavirus (COVID-19) no tiene parangón en la historia de la Humanidad, tanto por la rapidez de su contagio, como por la magnitud global de la misma, así como su influencia en todos los órdenes y sectores de nuestra vida. En unos aspectos creará problemas y dificultades serias, y en otros, sin embargo creará oportunidades y efectos positivos, como por ejemplo una mejora medio-ambiental a corto y medio plazo en todo el planeta.
Lo cierto, es que esta pandemia global nos va a situar como humanidad en una nueva época: nada va a ser igual después del Coronavirus, esta situación global va a generar considerables cambios en nuestras sociedades y formas de vida a todos los niveles. Asumir esta realidad, aceptarla es esencial como primer paso. Pensar que esto pasará en unos meses y todo seguirá igual que antes, significa no ser mínimamente consciente de las interrelaciones globales que gobiernan nuestras vidas, así como del impacto que esta situación está teniendo ya en todos los órdenes.
Pero, ¿Qué es la resiliencia y por qué será la vacuna psico-social contra la pandemia del Coronavirus? La resiliencia es un concepto utilizado en física para describir a los materiales que son resistentes a fuerzas y presiones sin romperse, debido sus cualidades elásticas y deformables, pero que tras el fin de la fuerza o presión, vuelven a su estado o forma inicial. Una mente resiliente (tanto invididual como colectiva) es capaz de sobrevivir a fuertes presiones y sobrecargas psíquicas, es capaz de volver a encontrar el equilibrio y la forma, como una pelota de goma-espuma que podemos deformar presionándola, pero que luego vuelve naturalmente a su equilibrio estructural. Lo mismo que hay personas resilientes, hay organizaciones resilientes, ciudades resilientes y hasta países que saben adaptarse y resistir las adversidades de todo tipo.
Veamos cómo podemos asentar y reforzar los 6 pilares de la resiliencia que nos propone Luis Rojas Marcos (2010)[1] tanto a nivel individual como a nivel social y prosocial (aumentar la resiliencia en otros y en la sociedad):
Conexiones afectivas. La base primordial en la que se apoya la resiliencia es nuestra capacidad para comunicarnos, relacionarnos, convivir conectados afectivamente y apoyarnos unos a otros. ¿Cómo nos relacionamos con las diferentes personas en nuestros ámbitos sociales? Es indispensable tener un sostén emocional, aunque sea de una sola persona, los lazos afectivos son nuestro salvavidas psicológico. En una situación de confinamiento domiciliario como la que vivimos, de algún modo estamos obligados a estar juntos de nuevo durante más tiempo: procuremos que esa convivencia favorezca la resiliencia de todos, no caigamos en el sálvese quien pueda y la ley del más fuerte: de esto nos va a salvar la cooperación, no la competencia. Pero hay muchas personas que viven solas, y en este sentido mantener las conexiones afectivas a través de los dispositivos de comunicación digital será esencial. El voluntariado, si no puede ser directo por precaución, habrá de ser de compañía y escucha digitalizada con los más vulnerables: que sientan que estamos con ellos.
Funciones ejecutivas. Sentir que se es eficaz o estar convencido de poseer lo que se hace falta para ejecutar las acciones necesarias y vencer situaciones adversas, fomenta pensamientos como “yo puedo”, “tengo preparación”, “tengo lo que necesito para lograrlo”. Como resultado de estos pensamientos estimulantes, dedicamos más esfuerzo a superar los retos, estamos menos predispuestos a tirar la toalla y nos imaginamos venciendo la adversidad. Durante esta situación de epidemia, es normal que la mayoría de la gente, en una primera fase, piense en cómo pasarlo lo menos mal posible, en cómo afrontar el día a día, la enfermedad quienes hayan enfermado por el virus, y se observa una auténtica eclosión de mensajes, vídeos y recursos para ayudar a las personas a gestionar su salud, su vida y sus emociones en este momento. Pero esa primera etapa ha de dar paso a otra de proyección de futuro, de irse preparando ya para cuando el aislamiento forzoso acabe, de ir mentalizándose de que todo va a cambiar y no vamos a volver a la misma situación, y en este sentido, de tener ya un horizonte y unos objetivos en mente.
Centro de control interno. Elemento fundamental de la resiliencia es localizar y mantener el centro de control dentro de uno mismo. Ante las amenazas peligrosas y los problemas, las personas que mantienen el sentido de autonomía y piensan que dominan razonablemente sus circunstancias o que piensan que el resultado está en sus manos, responden con mayor coraje, resisten mejor y se enfrentan más eficazmente a la adversidad. Interiorizar nuestra capacidad de dirigir nuestra vida y adueñarnos del centro de control en momentos difíciles ayuda a superarlos, pues nos estimula a tomar la iniciativa y buscar respuestas: antes de esperar a que las cosas cambien, prueba a cambiar tu comportamiento o actitud ante las cosas. Para ello nos va a ayudar, hacernos desde ya un plan de vida en esta situación, un programa diario que incluya ejercicio físico, lecturas y formación, trabajo en equipo con las personas que estás, manutención adecuada, así como prevención de todo tipo de riesgos en el hogar: un accidente doméstico en estos momentos es malo para nosotros y para los centros sanitarios que están saturados. Es decir, no caer en el sofá del entretenimiento, comer y beber sin necesidad para matar el tiempo, forrarse a series y películas, etc. Es bueno programarse un poco de distracción, pero no tanto como para huir de la realidad constantemente: asumir la realidad y su dimensión, y estar en actitud y a la altura para superarla. Sentido de autonomía también para cooperar con las normas y requerimientos que las autoridades dicten: las personas más heterónomas en ética y valores, serán las que forzarán las actuaciones y sanciones policiales.
Autoestima. Un ingrediente primordial de la autoestima es la capacidad de dirigir nuestro programa de vida. Cuando la opinión que tenemos de nosotros mismos es positiva, la resiliencia se fortalece. Variable esencial de la felicidad en todas las investigaciones y encuestas es la “satisfacción personal con uno mismo”. La autoestima más valiosa es la que, además de favorable, se basa en el conocimiento de nuestras capacidades y limitaciones, o como dice Reinohld Niebuhr, la que nos permite aceptar con serenidad las cosas que no podemos cambiar, nos infunde valor para cambiar las que podemos cambiar y nos inspira la sabiduría para distinguir las unas de las otras. Cultivar nuestra autoestima y, sobre todo, la autoestima de los demás, será clave en situaciones de crisis y adversidad colectiva como la que estamos viviendo. Acciones como ponerse de acuerdo y salir al balcón o terraza de las casas para aplaudir al personal sanitario a la misma hora todos, generan en dichas personas autoestima y fortaleza, pero en los que aplaudimos genera un sentimiento de unidad: aunque cada cual está en su casa, estamos unidos en lo esencial, y eso es tranquilizador y motivador para seguir afrontando la situación. Necesitamos autoestima individual, pero también fortalecer nuestra autoestima como sociedad y como humanidad: cuanto más unidos estemos, mejor nos sentiremos como sociedad, mejores resultados tendremos.
Pensamiento positivo. Los hombres y mujeres optimistas se muestran más dispuestos a buscar nueva información sobre los sucesos que les preocupan. A menudo el peor enemigo de personas abrumadas por sucesos adversos no es tanto la gravedad de sus circunstancias como sus paralizadores miedos imaginarios. Nuestra forma de interpretar el mundo influye en nuestro estado de ánimo y viceversa. Edward de Bono afirma en su libro “El factor positivo” lo siguiente: la felicidad es una cuestión de percepción, depende dónde miremos o en qué nos fijemos habitualmente. Pensar en el éxito de nuestras decisiones de ayudar a otros, pensar que su problema sí tiene solución si nos enfocamos en sus fortalezas, etc., son factores que potencian el compromiso social. Ciertamente, en una situación como esta, uno está tentado cada poco tiempo de revisar las noticias y los datos sobre las estadísticas, números de infectados, etc. Y al tratarse de una epidemia de carácter exponencial, no faltan los pensamientos y visiones apocalípticas de algunas personas. Tampoco faltan en algunos medios los casos más terribles y angustiosos, los titulares impactantes, etc. Pero hay que saber ver también las noticias positivas, las estadísticas de personas curadas, etc. Y más allá de esto conviene pensar en las consecuencias y factores positivos que esconde toda crisis o adversidad: ¿Qué nuevos trabajos surgirán o están surgiendo ya y tal vez es un momento para buscar empleo? ¿Cómo mejorará esto nuestras vidas en adelante? ¿Qué ventajas puede tener para el mundo la reducción drástica del consumo de combustibles fósiles y contaminantes? Conviene hacerse algunas preguntas en positivo también, sin negar la evidencia y gravedad del problema, pero sabiendo distanciarse a ratos del mismo y empezar ya a ver más allá, ir preparando el día después.
Motivos para vivir. Encontrar un sentido a lo que hacemos, elaborar el enunciado de la propia misión personal es clave para resistir y adaptarse a las circunstancias adversas, para buscar soluciones. Son las pasiones y no los instintos, el combustible de la esperanza, el ingenio y el valor, y transforman a los seres humanos en luchadores incansables. El amor a los demás es la respuesta al problema de la existencia humana, ya nos lo dijo Erich Fromm en “El arte de amar”. Nuestra transitoriedad o caducidad en la vida, lejos de apagar nuestras ilusiones y proyectos, a menudo se transforma en una fuente arrolladora de energía física y emocional, en un manantial de creatividad y pasión por la vida, en un poderoso aliciente para luchar por sobrevivir. Este es quizá el pilar de la resiliencia más importante ahora: una crisis de la magnitud de la pandemia que estamos viviendo, va directamente a interrogar y replantear nuestro sentido de la vida, nuestro papel en este mundo, tanto de forma individual como colectiva, y nos hará las grandes preguntas de nuevo, esas que en el ajetreo y la velocidad a la que vivimos no nos hacemos: ¿Dónde vamos como humanidad? ¿Para qué estamos aquí? ¿Qué sentido tiene la vida que vivimos y cómo la vivimos? ¿Qué es la felicidad? ¿Cómo nos gustaría que fuese el mundo, que podríamos rediseñar después de esta situación?
Como resumen de esta reflexión, me atrevo a sugerir las tres cosas siguientes para aplicarnos en nuestra vida:
1. Irnos haciendo a la idea que cuando salgamos de nuestras casas, de esta situación tan complicada y difícil, estaremos estrenando una nueva época de la humanidad, llena de problemas y situaciones que reconstruir, sí, pero también llena de oportunidades. Tener esa visión más amplia nos ayudará a enfocar mejor nuestro futuro a corto y medio plazo. Tanto de forma individual, como si somos empresarios/as, gestores, profesionales, etc., empezar a pensar ya cómo nos vamos adaptar a una nueva situación que no sólo será económica, sino que también afectará a las políticas y estilos de vida, y a muchos ámbitos y dimensiones de nuestras vidas.
2. El ser humano ha evolucionado gracias a la cooperación, no a la competición. Las actitudes egoístas y antisociales no ayudan, serán un gran obstáculo para superar la pandemia y todo lo que supone: estar unidos, remar todos a una, ayudarnos, cuidarnos y animarnos mutuamente, estar pendientes de los más débiles y abandonados, saber renunciar a bienes y derechos por el bien del conjunto. Igualmente, la competición insolidaria y feroz tras la pandemia, la actitud de sálvese quien pueda o el aprovechamiento poco ético de los sectores claves para la recuperación y adaptación, tras la pandemia, crearán conflicto y desigualdades más extremas. Especial atención debemos tener ante el virus de los discursos totalitarios y xenófobos que verán en la pandemia el caldo de cultivo idóneo para justificar y contagiar sus ideas y creencias etnocéntricas y nacionalistas, en detrimento de los procesos y conquistas de la ciudadanía global, el cosmopolitismo y el mestizaje cultural.
3. Tener esperanza, vivir en clave de optimismo inteligente. La esperanza no es una actitud pasiva, sino todo lo contrario, es confiar en uno mismo y los demás, en que la sociedad en su conjunto va a superar esto, vamos a salir de esta y a volver más fuertes como Humanidad, vamos a aprender mucho de esta situación y de ella también van a surgir cosas positivas, y por tanto, ponernos ya a trabajar por ello en lugar de dejar que el tiempo pase y se ocupen los demás. Sentirnos parte de esta lucha con nuestra actitud y nuestro grano de arena: animando, apoyando, cumpliendo las instrucciones, incluso denunciando a quienes no colaboran por el bien del conjunto. Optimismo inteligente, concepto acuñado por Carlos Hernández (2013)[2] es enfocarse en las fortalezas propias y ajenas, tanto individuales como colectivas, en lo positivo de todos y de esta situación, que como todas las crisis, lo tiene y lo tendrá.
César García-Rincón de Castro (Marzo 2020)